¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo?
Llegado el momento no supe cómo reaccionar. Cientos de veces había pensado cómo iba a ser ese instante, había hecho una lista con todas las respuestas posibles, había descartado las más absurdas y había apuntado como mejores aquellas que resolvían la situación de modo que yo saliera, por un lado o por otro, por un motivo o por otro, especialmente airoso.
Y como todas las ocasiones en que se nos presenta una situación en la que hemos estado pensando cientos de veces, cuando por fin la tuve delante, no supe reaccionar. El cerebro se me quedó colapsado, sabía positivamente que si no contestaba con aquello que tenía pensado me estaría arrepintiendo por mi torpeza para el resto de mis días, pero no era capaz de invocar ninguna de aquellas ideas.
Demasiadas expectativas.
No es fácil encontrarse con uno mismo. Mucha gente me había contado cómo era la experiencia, los que la habían vivido; muchos otros pasaban por aquí y podían no encontrarse, o encontrarse y ni siquiera darse cuenta.
Por lo visto te sorprendían un día cualquiera. Tú te despertabas como cada día, sin ni siquiera pensar que te despertabas como cada día, precisamente porque era un día cualquiera, cualquiera como cualquier otro. Te preparabas o no, eso ya depende de cada cual, para afrontar el nuevo día y por pura rutina te encontrabas haciendo lo que debías aquel día. No le dabas importancia al desayuno, Este será el último desayuno antes de encontrarme, -yo no se la di-; no le dabas importancia a la ducha, a mirar qué día hacía, a ojear el periódico, a mirar la señora maruja con voz de cotilla cómo escucha la conversación del vecino... no le dabas importancia porque no eras consciente de que estuvieras viviendo nada especial; no sabías entonces que te fuera a cambiar la vida y por eso olvidabas lo que acababas de hacer porque no tenía ninguna relevancia (¿cogiste las llaves de casa? Las debí de coger, porque luego pude entrar.).
A medida que iba pasando el día no te preguntabas si iba a ocurrir nada diferente. No esperabas que ocurriera, así que no te lo planteabas. Entraste en aquel bar para darte un capricho después de haber estado trabajando. Te tomaste un café con leche mientras navegabas por mundos proyectados sobre las paredes y el techo del bar. No te acordarás, porque no eras consciente de por qué deberías acordarte, pero de hecho te imaginaste yendo a la India a amaestrar tigres de Bengala y volviendo entre sorbo y sorbo de café. Te diría que hasta sonreíste, pero no te acuerdas del motivo porque cuando vino el camarero a traerte la cuenta te sacó de ese absurdo intento de ensoñación aventurera.
Y cuando me levanté para pagar en la caja y puse bien en su sitio la silla, estaba pensando en las monedas que llevaba en el bolsillo. ¿En qué bolsillo? En el izquierdo. Mientras iba hacia la caja y metía la mano en el bolsillo izquierdo pensaba en la propina que debería dejar, en si debería dejar propina. Pensé “que las monedas estén de mi parte”, no me apetecía dejar propina. Me paré delante de la caja, pregunté cuánto era mientras contaba las monedas y pensé: ...
Me acuerdo de todo lo que hice previamente a ese momento. La silla, la cuenta, las monedas, el bolsillo, las monedas, la propina. Todo, porque justo entonces fue el momento. Cuando levanté la cabeza para darle las monedas al camarero, me vi.
Me viste.
Te vi.
Te viste.
Me vi. Por fin me había encontrado. Así tenía que ser. Sin esperarlo, sin premeditarlo, sin más. Me encontré y sólo me pude decir:
¿Me invitas?
Sí, claro, pago yo.
De pronto alguien me cogió por el brazo y me sacó del bar. Yo estaba aturdido, pensando en... mí. Al cabo de un rato, que debió de ser poco pero a mí me pareció mucho, me di cuenta de que quien me había sacado del bar con tanta ansia era un antiguo colega, pero inmerso en mi propio encuentro no había sido capaz de hacerme a la situación del colega empujándome hacia fuera del bar. Después de darme un poco el coñazo –entendamos la situación- se largó y yo le dije que me había dejado no sé qué en el bar, y que tenía que volver a entrar.
Allí, en la caja, estabas tú.
Estaba yo.
Bueno, en la caja me encontré. Me vi como nunca me había visto. Cuando uno se mira al espejo, se preocupa de tener bien el pelo o de recordarse a sí mismo el aspecto deplorable que tiene, pero mirarse uno mismo a los ojos resulta un ejercicio de narcisismo tan revelador como desconcertante.
Y allí estabas. Tantas veces como lo habías pensado y no supiste qué decir. ¿Cómo empiezas una conversación contigo mismo? ¿Qué te puedes contar que no sepas? ¿Dónde había estado tu otra parte?
Así que dije lo último que pensé antes de verme:
¿Serías capaz de chuparte el codo?
Y como todas las ocasiones en que se nos presenta una situación en la que hemos estado pensando cientos de veces, cuando por fin la tuve delante, no supe reaccionar. El cerebro se me quedó colapsado, sabía positivamente que si no contestaba con aquello que tenía pensado me estaría arrepintiendo por mi torpeza para el resto de mis días, pero no era capaz de invocar ninguna de aquellas ideas.
Demasiadas expectativas.
No es fácil encontrarse con uno mismo. Mucha gente me había contado cómo era la experiencia, los que la habían vivido; muchos otros pasaban por aquí y podían no encontrarse, o encontrarse y ni siquiera darse cuenta.
Por lo visto te sorprendían un día cualquiera. Tú te despertabas como cada día, sin ni siquiera pensar que te despertabas como cada día, precisamente porque era un día cualquiera, cualquiera como cualquier otro. Te preparabas o no, eso ya depende de cada cual, para afrontar el nuevo día y por pura rutina te encontrabas haciendo lo que debías aquel día. No le dabas importancia al desayuno, Este será el último desayuno antes de encontrarme, -yo no se la di-; no le dabas importancia a la ducha, a mirar qué día hacía, a ojear el periódico, a mirar la señora maruja con voz de cotilla cómo escucha la conversación del vecino... no le dabas importancia porque no eras consciente de que estuvieras viviendo nada especial; no sabías entonces que te fuera a cambiar la vida y por eso olvidabas lo que acababas de hacer porque no tenía ninguna relevancia (¿cogiste las llaves de casa? Las debí de coger, porque luego pude entrar.).
A medida que iba pasando el día no te preguntabas si iba a ocurrir nada diferente. No esperabas que ocurriera, así que no te lo planteabas. Entraste en aquel bar para darte un capricho después de haber estado trabajando. Te tomaste un café con leche mientras navegabas por mundos proyectados sobre las paredes y el techo del bar. No te acordarás, porque no eras consciente de por qué deberías acordarte, pero de hecho te imaginaste yendo a la India a amaestrar tigres de Bengala y volviendo entre sorbo y sorbo de café. Te diría que hasta sonreíste, pero no te acuerdas del motivo porque cuando vino el camarero a traerte la cuenta te sacó de ese absurdo intento de ensoñación aventurera.
Y cuando me levanté para pagar en la caja y puse bien en su sitio la silla, estaba pensando en las monedas que llevaba en el bolsillo. ¿En qué bolsillo? En el izquierdo. Mientras iba hacia la caja y metía la mano en el bolsillo izquierdo pensaba en la propina que debería dejar, en si debería dejar propina. Pensé “que las monedas estén de mi parte”, no me apetecía dejar propina. Me paré delante de la caja, pregunté cuánto era mientras contaba las monedas y pensé: ...
Me acuerdo de todo lo que hice previamente a ese momento. La silla, la cuenta, las monedas, el bolsillo, las monedas, la propina. Todo, porque justo entonces fue el momento. Cuando levanté la cabeza para darle las monedas al camarero, me vi.
Me viste.
Te vi.
Te viste.
Me vi. Por fin me había encontrado. Así tenía que ser. Sin esperarlo, sin premeditarlo, sin más. Me encontré y sólo me pude decir:
¿Me invitas?
Sí, claro, pago yo.
De pronto alguien me cogió por el brazo y me sacó del bar. Yo estaba aturdido, pensando en... mí. Al cabo de un rato, que debió de ser poco pero a mí me pareció mucho, me di cuenta de que quien me había sacado del bar con tanta ansia era un antiguo colega, pero inmerso en mi propio encuentro no había sido capaz de hacerme a la situación del colega empujándome hacia fuera del bar. Después de darme un poco el coñazo –entendamos la situación- se largó y yo le dije que me había dejado no sé qué en el bar, y que tenía que volver a entrar.
Allí, en la caja, estabas tú.
Estaba yo.
Bueno, en la caja me encontré. Me vi como nunca me había visto. Cuando uno se mira al espejo, se preocupa de tener bien el pelo o de recordarse a sí mismo el aspecto deplorable que tiene, pero mirarse uno mismo a los ojos resulta un ejercicio de narcisismo tan revelador como desconcertante.
Y allí estabas. Tantas veces como lo habías pensado y no supiste qué decir. ¿Cómo empiezas una conversación contigo mismo? ¿Qué te puedes contar que no sepas? ¿Dónde había estado tu otra parte?
Así que dije lo último que pensé antes de verme:
¿Serías capaz de chuparte el codo?
1 Comments:
En tu liniaaaa...si señor!!!Vaya peazooo de rallá...asta q me dao kuentaaa no entendiaaa naaa, xro es muu buenooo.
Creoo q es muu dificil enkontrarte a ti mismooo, xro tu lo as exooo estoy seguraa!!!
By Anónimo, at 7/1/06 12:40
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