Los panes
Podría volver a encontrarme al Chico del Pan en el metro dentro de poco. Podría encontrármelo en la calle, en el transbordo temporal que hay en Sagrera, por la calle, yo hacia la línea roja y él hacia la azul, o viceversa. Y lo de que pudiera llevar el pan lo dejo a su elección.
Yo lo vería venir de lejos, preguntándome si podría ser él o no, y cuando estuviese a mi altura, ya convencida, le diría: “Perdona, yo te vi una vez en el metro, ¿verdad?”. Y él pensaría que no. Yo le explicaría: “Te vi en Sagrera. Viniste con una pequeña revista doblada y dos barras de pan bajo el brazo. Te sentaste en el mismo banco que yo, pero en la otra esquina y en el lado opuesto, por lo que pensé que cogerías el metro en la otra dirección.
Cuando llegó mi metro miré hacia tu lado para ver si subías, y resulta que diste la vuelta al banco y subiste por mi lado. Tú entraste por una puerta y yo por la contigua. Me puse de manera que mirara hacia ti, de pie; pero tú te sentaste de espaldas a mí. Creo que llevabas una capucha, y yo te miraba el remolino que tienes descentrado en el cogote.
En una estación subió gente, y les pedí que no se pusieran enfrente de mí, o si no ya no podría verte. Yo seguía leyendo, como si ya estuviera acostumbrada a estar en silencio contigo.
Al fin te levantaste. Te miré, me miraste. Bajé la vista, leí. Se abrieron las puertas del metro. Y, porque te ibas, te miré. Bajando del metro. Tan rápido que se me hace eterno. Tenías la cabeza medio gacha, medio ladeada, y casi de reojo, como si ni sí ni no, me miraste a los ojos, y entonces fue más a propósito. Te fuiste. Me giré por si te veía. Y al cabo de dos minutos hasta me imaginé que habías vuelto a subir al vagón, por una puerta a mis espaldas, para ver si me giraba para verte, y me habías visto girarme. Pero no me viste porque no estabas. Y me fui.”
Claro que no le explicaría todo esto, le diría lo del pan y le contaría: “me llamó mucho la atención verte con dos barras de pan en el metro a las 12 de la noche. Y aún me sorprendió más que bajaras en Marina”. Yo le preguntaría: “¿de verdad ibas a Marina?” Y él me contestaría seguramente que vive por allí, quizá que luego iba a salir de marcha, pero pasó por casa para dejar los panes. Quizá me daría pie a hacerle algún comentario más. O quizá no. Entonces le diría: “¿Cómo te llamas?” Y él me contestaría. Entonces yo le diría: “Encantada de conocerte”. Le miraría un poco más a los ojos y entonces le daría un beso en su mejilla izquierda. Le sonreiría y le diría casi sin mirarle, prácticamente yéndome que te vaya bonito. Y con un poco de suerte, él hablaría.
Así que habrá que ir con los ojos abiertos por la calle. Aunque lo más seguro es que lo encontraré dentro de mucho tiempo, cuando ya no me acuerde de él.
Yo lo vería venir de lejos, preguntándome si podría ser él o no, y cuando estuviese a mi altura, ya convencida, le diría: “Perdona, yo te vi una vez en el metro, ¿verdad?”. Y él pensaría que no. Yo le explicaría: “Te vi en Sagrera. Viniste con una pequeña revista doblada y dos barras de pan bajo el brazo. Te sentaste en el mismo banco que yo, pero en la otra esquina y en el lado opuesto, por lo que pensé que cogerías el metro en la otra dirección.
Cuando llegó mi metro miré hacia tu lado para ver si subías, y resulta que diste la vuelta al banco y subiste por mi lado. Tú entraste por una puerta y yo por la contigua. Me puse de manera que mirara hacia ti, de pie; pero tú te sentaste de espaldas a mí. Creo que llevabas una capucha, y yo te miraba el remolino que tienes descentrado en el cogote.
En una estación subió gente, y les pedí que no se pusieran enfrente de mí, o si no ya no podría verte. Yo seguía leyendo, como si ya estuviera acostumbrada a estar en silencio contigo.
Al fin te levantaste. Te miré, me miraste. Bajé la vista, leí. Se abrieron las puertas del metro. Y, porque te ibas, te miré. Bajando del metro. Tan rápido que se me hace eterno. Tenías la cabeza medio gacha, medio ladeada, y casi de reojo, como si ni sí ni no, me miraste a los ojos, y entonces fue más a propósito. Te fuiste. Me giré por si te veía. Y al cabo de dos minutos hasta me imaginé que habías vuelto a subir al vagón, por una puerta a mis espaldas, para ver si me giraba para verte, y me habías visto girarme. Pero no me viste porque no estabas. Y me fui.”
Claro que no le explicaría todo esto, le diría lo del pan y le contaría: “me llamó mucho la atención verte con dos barras de pan en el metro a las 12 de la noche. Y aún me sorprendió más que bajaras en Marina”. Yo le preguntaría: “¿de verdad ibas a Marina?” Y él me contestaría seguramente que vive por allí, quizá que luego iba a salir de marcha, pero pasó por casa para dejar los panes. Quizá me daría pie a hacerle algún comentario más. O quizá no. Entonces le diría: “¿Cómo te llamas?” Y él me contestaría. Entonces yo le diría: “Encantada de conocerte”. Le miraría un poco más a los ojos y entonces le daría un beso en su mejilla izquierda. Le sonreiría y le diría casi sin mirarle, prácticamente yéndome que te vaya bonito. Y con un poco de suerte, él hablaría.
Así que habrá que ir con los ojos abiertos por la calle. Aunque lo más seguro es que lo encontraré dentro de mucho tiempo, cuando ya no me acuerde de él.
1 Comments:
ES VERÍDICO LO DEL XIKO DEL PAN??JEJEJ Q GRACIAAA...NO SERÁ LA PRIMERA VEZ Q ME PASA A MI Q TE KEDAS MIRANDO A ALGUIEN KOMO SI FUERA EL UNIKO Q ESTUVIERA ALLI!!!Y LUEGOOOO TE INVENTAS LA Hº DE LO Q TE GUSTARIA Q PASARA...MOLAA HACERLOO..LA PENAA ES Q POKAS VECES VULVES A VERLOO O SIII,,,NUNCA SE SABE!! JAJAJ
By Anónimo, at 11/1/06 21:22
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