Belleza
Lástima no sentir ahora como hube sentido antes, porque ¡cómo me gustó la sensación de impotencia, de dolor, de sufrimiento y de pasión que sentí en aquellos momentos! ¡Cómo no volcarse mi estómago ante tal visión! Y, por Dios, que invoco al Señor, porque algo tan bonito en cara de hombre debe ser sagrado. Pecado si tocaran mis paganas manos escultura tan perfecta, que arte debe de ser una cara como la que mis ojos vieron. ¡Qué no habría dado ante tal derroche de armonía rodeado de una melodía que mis oídos intuyeron! ¿Qué no habría dado por tener entonces rasgos más finos, ojos más brillantes, labios más rosados y figura más esbelta! ¡Qué no habría dado entonces por formar mi cabello largos y negros bucles que dibujaran mis facciones! ¡Qué belleza la suya!, que alguna vez pensé si no sería mujer y, sin embargo, en ningún momento dudé de su virilidad.
Lástima no conocer palabras más exactas y adjetivos más precisos, porque ni el cuaderno más extenso serviría para describir lo que ante mí apareció en forma de hombre. Así, a mi manera, sólo puedo nombrar, recordar e imaginar su cabello negro como el azabache que caía revoltoso hasta sus rectos hombros y juguetón ante su cara, esos luceros tan oscuros que se me semejaron estrellas, estrellas tan tristes y tan vivas en una oscuridad infinita. ¡Y qué decir de sus labios! En mi vida, aunque muy larga ésta no sea, había visto labios más rosados, carnosos en su perfección y divinamente perfilados. Recuerdo que pensé que, si sus labios se abrieran ligeramente y dejaran entrever las perlas blancas e inmaculadas de sus dientes, su boca derrocharía la voz más armoniosa que ser vivo hubiera escuchado nunca en forma de palabras cualesquiera, y ni el trovador más selecto habría encontrado voz más acertada para sus idólatras romances. ¡Y ese hoyuelo en su barbilla! Jurar podría haber desfallecido ante tal desmesurado alarde de belleza.
Encantada por su sencilla tez, fui incapaz de fijarme en cualquier otra parte de su cuerpo. Y ¡cómo odié el libro que tuve entre mis manos! porque, sin nadie decirlo, me obligaba a clavar la mirada en su lectura. Y ¡cómo habría disfrutado si libro ninguno me hubiese distraído de mi abstracción y me hubiera dejado observar para no olvidar nunca tal imagen!
¡Y me miró! ¡Y cómo me gustó que me mirara! Pero, ¡cómo sufría por no tener rostro más agradable que ofrecerle ni gestos más sutiles que enseñarle! Observé si miraba otras que entraban en el autobús, pero sólo las veía. Ninguna de ellas era tan bella como para que él se distrajera en su atención. ¡Tan hermosa, tan delicada, tan virginal tendría que ser aquella que pudiera rozar sus labios con sus finos dedos! ¡Qué suerte tendría la que en sus brazos se resguardara!
Pero no, no podía ser. ¡Ya se iba! Bajaba del autobús. Y yo le miraba. No quería olvidar su rostro, así que le miraba y la fuerza de mis ojos no le dejaba ir, pero ésta no era lo suficientemente poderosa. Y bajó. Sin más: bajó. Caminó en la misma dirección que lo iba a hacer a continuación el autobús. Habría dado toda mi alma para verlo de nuevo. Y lo vi. Esperaba en el semáforo para cruzar. Lo pude ver a través del cristal y, una vez más, la mía encontró su mirada y me sentí viva. Viva gracias al rostro de un pobre inocente que, sin saberlo, sólo con un gesto, habría sido capaz de darme la vida, de quitármela. Y en ese momento me dio toda la vida que podía darme y más. Sólo por verle, y por devolverme la mirada. Quizá fue una casualidad, o la insistente fijación de mis ávidos ojos que encontraron los suyos. Mas, ¡cómo en un momento sentí júbilo de vernos y furia por alejarme de él cada vez más! ¡Y cómo me gustó!
Pero el autobús tenía que seguir. Intenté divisar su figura cruzando la calle tras los cristales del autobús. Antes habría dado toda mi alma por verlo de nuevo y lo vi; ahora habría dado mi corazón por verle, pero mi corazón ya lo tenía él. Entonces bajé la vista al libro y empecé a formular en mi cerebro vagas formas de definirle, describirle para, así, recordarle. Levantaba la mirada y veía las que en ellas mi ladrón de corazones no se había parado a mirar. Volvía la vista al libro. No quería ver a nadie porque su imagen invadía mi cabeza y no quería que ésta fuera reemplazada por cualquier otra.
Llegué a mi destino y, al levantar la cabeza, ¡Dios, qué imagen tan horrorosa vi! Al tener proyectada su imagen en mi cerebro, me pareció una aberración la cara del pobre muchacho que tenía en frente. Y, a causa de ese contraste, por efecto la imagen de mi dios empezó a difuminarse.
Ahora escribo esto gracias a las frases que inventaba en el autobús. Una embriaguez casi alucinógena me permite vagamente recordarle. Pero su imagen ya no es nítida y lo irá siendo cada vez menos. Ojalá tuviera manos de artista para plasmar su belleza en un papel, si así se pudiera. Se va borrando su recuerdo y con él lo que sentí, el vuelco de mi estómago al verle y todo lo que mi imaginación pudo inventar entonces. ¡Qué daría por verle de nuevo!, ¡qué daría…! Mas, ¿qué tengo por dar que me quede, que valga por su apariencia? Por Dios, que invoco al Señor, porque algo tan bonito en cara de hombre debe ser sagrado, y ángel que caído vino, se dejó ver y se fue, como brisa que dulcemente envuelve esta pobre confusa que no tiene más que dar que lo que el Señor le quitó a mi dios.
Lástima no conocer palabras más exactas y adjetivos más precisos, porque ni el cuaderno más extenso serviría para describir lo que ante mí apareció en forma de hombre. Así, a mi manera, sólo puedo nombrar, recordar e imaginar su cabello negro como el azabache que caía revoltoso hasta sus rectos hombros y juguetón ante su cara, esos luceros tan oscuros que se me semejaron estrellas, estrellas tan tristes y tan vivas en una oscuridad infinita. ¡Y qué decir de sus labios! En mi vida, aunque muy larga ésta no sea, había visto labios más rosados, carnosos en su perfección y divinamente perfilados. Recuerdo que pensé que, si sus labios se abrieran ligeramente y dejaran entrever las perlas blancas e inmaculadas de sus dientes, su boca derrocharía la voz más armoniosa que ser vivo hubiera escuchado nunca en forma de palabras cualesquiera, y ni el trovador más selecto habría encontrado voz más acertada para sus idólatras romances. ¡Y ese hoyuelo en su barbilla! Jurar podría haber desfallecido ante tal desmesurado alarde de belleza.
Encantada por su sencilla tez, fui incapaz de fijarme en cualquier otra parte de su cuerpo. Y ¡cómo odié el libro que tuve entre mis manos! porque, sin nadie decirlo, me obligaba a clavar la mirada en su lectura. Y ¡cómo habría disfrutado si libro ninguno me hubiese distraído de mi abstracción y me hubiera dejado observar para no olvidar nunca tal imagen!
¡Y me miró! ¡Y cómo me gustó que me mirara! Pero, ¡cómo sufría por no tener rostro más agradable que ofrecerle ni gestos más sutiles que enseñarle! Observé si miraba otras que entraban en el autobús, pero sólo las veía. Ninguna de ellas era tan bella como para que él se distrajera en su atención. ¡Tan hermosa, tan delicada, tan virginal tendría que ser aquella que pudiera rozar sus labios con sus finos dedos! ¡Qué suerte tendría la que en sus brazos se resguardara!
Pero no, no podía ser. ¡Ya se iba! Bajaba del autobús. Y yo le miraba. No quería olvidar su rostro, así que le miraba y la fuerza de mis ojos no le dejaba ir, pero ésta no era lo suficientemente poderosa. Y bajó. Sin más: bajó. Caminó en la misma dirección que lo iba a hacer a continuación el autobús. Habría dado toda mi alma para verlo de nuevo. Y lo vi. Esperaba en el semáforo para cruzar. Lo pude ver a través del cristal y, una vez más, la mía encontró su mirada y me sentí viva. Viva gracias al rostro de un pobre inocente que, sin saberlo, sólo con un gesto, habría sido capaz de darme la vida, de quitármela. Y en ese momento me dio toda la vida que podía darme y más. Sólo por verle, y por devolverme la mirada. Quizá fue una casualidad, o la insistente fijación de mis ávidos ojos que encontraron los suyos. Mas, ¡cómo en un momento sentí júbilo de vernos y furia por alejarme de él cada vez más! ¡Y cómo me gustó!
Pero el autobús tenía que seguir. Intenté divisar su figura cruzando la calle tras los cristales del autobús. Antes habría dado toda mi alma por verlo de nuevo y lo vi; ahora habría dado mi corazón por verle, pero mi corazón ya lo tenía él. Entonces bajé la vista al libro y empecé a formular en mi cerebro vagas formas de definirle, describirle para, así, recordarle. Levantaba la mirada y veía las que en ellas mi ladrón de corazones no se había parado a mirar. Volvía la vista al libro. No quería ver a nadie porque su imagen invadía mi cabeza y no quería que ésta fuera reemplazada por cualquier otra.
Llegué a mi destino y, al levantar la cabeza, ¡Dios, qué imagen tan horrorosa vi! Al tener proyectada su imagen en mi cerebro, me pareció una aberración la cara del pobre muchacho que tenía en frente. Y, a causa de ese contraste, por efecto la imagen de mi dios empezó a difuminarse.
Ahora escribo esto gracias a las frases que inventaba en el autobús. Una embriaguez casi alucinógena me permite vagamente recordarle. Pero su imagen ya no es nítida y lo irá siendo cada vez menos. Ojalá tuviera manos de artista para plasmar su belleza en un papel, si así se pudiera. Se va borrando su recuerdo y con él lo que sentí, el vuelco de mi estómago al verle y todo lo que mi imaginación pudo inventar entonces. ¡Qué daría por verle de nuevo!, ¡qué daría…! Mas, ¿qué tengo por dar que me quede, que valga por su apariencia? Por Dios, que invoco al Señor, porque algo tan bonito en cara de hombre debe ser sagrado, y ángel que caído vino, se dejó ver y se fue, como brisa que dulcemente envuelve esta pobre confusa que no tiene más que dar que lo que el Señor le quitó a mi dios.
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Hace mil millones de años.
6 Comments:
si, es verdad que la belleza extrema impresiona a cualquiera. es estúpido, verdad?
cuando he empezado a leer me pareció El Retrato de Dorian Grey, un poco.
By Anónimo, at 25/4/06 12:59
ya me gustaba entonces y me sigue gustando. :)
By Anónimo, at 25/4/06 17:29
Pues agradezco los comentarios, la verdad, porque antes de que los dejarais, anónimo y lady, no me había atrevido a releer el escrito.
Lo escribí hace a lo mejor más de 7 años. Desde entonces me ha cambiado la forma de escribir, y también el concepto de belleza; pero era lo empalagoso del texto lo que hacía que me diera vergüenza ajena (de mí, sí) volverlo a leer.
Seguid comentando!!!!
By Lyra, at 25/4/06 18:28
Heyyy, si q has cambaido un poco en la forma de escribir, xro esa sintesis de decir lo q kieres decir con palabras tan....nose komo decirlo...precisas?? sigue siendo la misma.
La bellezaa embelesa a cualkieraa xroo esa no es la bellezaa importantye a mi modo de ver!!!
ailoveeyouuuuuuuuu
By Anónimo, at 25/4/06 20:47
jaja, que fuerte, 7 años... y yo lo leí no mucho después de que lo escribieras. me encanta, lyra, me encanta.
By Anónimo, at 26/4/06 00:03
Si que hace tiempo, sí...
Es una de las descripciones menos objetivas que he leido, pero a decir verdad es una de las descripciones que más me han gustado. Tiene tanta fuerza que hace que evoque al lector sus emociones muy fácil, y eso se agradece... Quiero sentir lo que sintió esa chica otra vez...es magnífico que alguien pueda hacerte recordad las buenas sensaciones.
By Anónimo, at 27/4/06 00:37
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