Fuego
Jason se disponía a arrancarle la campanilla con su lengua a Tiffany, la despampanante tetuda embutida en un claustrofóbico traje negro de cuero, mientras la tenía agarrada con una mano por la cintura y con la otra por el culo, como quien no quiere la cosa.
-Tu melena de leona –como si las leonas tuvieran melena- hace que me ponga cachondo- dijo Jasón con voz varonil.
-Tómame –dijo Tiffany.
Jason ya se explayaba sobre el cuerpo de Tiffany cuando de pronto sintió una presión en el cogote. Intentó desengancharse de aquella loba, pero no pudo. Su melena se había convertido en una serie de cables que le tenían agarrado. La tetuda empezó a darle golpes en el estómago, pero con lo tonificado que lo tenía la tetuda sólo consiguió romperse los brazos. Con las manos, Jason cortó los cables que lo tenían sujeto y de un solo golpe consiguió tumbar a la tetuda “encuerada”.
-Ahora pagarás tus delitos-. Jason se dio cuenta de que aquella era la mujer que había estado sembrando el pánico en Rainbow city, la ciudad de la cual Jason era guardián. Jasón ya se disponía –casi babeante- a bajarse la bragueta del pantalón de su súper traje...
-Bueno, chicos, algún día tenía que ser y ha sido hoy. Todo el mundo para fuera. Haced una fila antes de salir al pasillo. Cuando salgáis, no corráis. Id caminando tranquilamente hasta el patio. Venga, ya sabéis cómo se hace, ¿no? Para fuera.
-Profe, ¿por qué siempre les da por montar simulacros antes de exámenes?
-Cállate, capullo, ¿no ves que así perdemos clase?
-No lo sé, Esteban –contestó la profesora-. Si no habrá días para montar el numerito... -se susurró a sí misma.
Cuando ya todos habían salido y la profesora se disponía a salir, aún había un alumno en el aula, sentado en su pupitre, leyendo un cómic.
-Javier, no creo que seas tan buen lector como para estar tan absorto que no oigas ni el timbre ni el jaleo que se monta.
-Profe, no por nada, pero todos los simulacros son el mismo coñazo: para la clase, salir en fila, llegar al patio y todos quitecitos que la señorita nos cuenta. ¿Usted sabe lo interesante que era ahora la lectura?
La profesora se acercó a Javier y le cogió el cómic. Leyó en voz alta:
-¿”Jason Pollas y la Tetuda peleona”? Muy didáctico, ¿no, Javier? Esto me lo quedo yo, tú te vas al patio y luego estarás atento a la clase.
-Paso, profe, prefiero quedarme aquí.
-¡Señorita López! ¡Un niño se ha caído! –era una voz de niña que venía del pasillo.
-Mira, Javier, me voy. Como no aparezcas en el patio en medio minuto te mandaré al despacho de tu tutor.
“Sálvele la vida a ese niño caído, profe, que seguro necesita una tirita”, pensó Javier con una sonrisa burlona.
Con el ajetreo, la profesora López se dejó el cómic encima de su mesa. Javier lo vio y fue a buscarlo. Cerró la puerta del aula y se sentó en su silla con los pies encima de la mesa. Se disponía a abrir el cómic. “Se le va a quedar la boca grande a la tetuda”, pensó Javier.
Javier acabó de leer el cómic y aún no había oído el alboroto de los niños subiendo por las escaleras hacia sus clases. Dejó el cómic en la mesa y se acercó a la ventana. En el patio de la escuela no había nadie. Javier se fue a la otra ventana para mirar desde un ángulo distinto: nadie.
-Estarán empezando a subir. A ver el pasillo...
Cuando Javier se giró, vio que un poco de humo entraba por debajo de las puertas del aula, y por las ventanitas cuadradas de las mismas puertas no se veía nada. Javier se extrañó. Caminando más rápido, se dirigió a la puerta y la abrió. Una humareda entró en el aula y tuvo que toser repetidas veces. Javier se extrañó más. En los simulacros nunca usaban botes de humo, nunca.
-He de salir de aquí. Salir. ¿O mejor me quedo? Si ven que no estoy alguien se dará cuenta y vendrán a buscarme. ¿O salgo yo?.......Mierda, no se ve nada. Vaya con el humo. Bueno, pues salgo.
Javier salió tapándose como pudo la cara y la boca, pero no podía ver nada y a medio pasillo retrocedió. Entró en la clase y cerró la puerta.
-¡Joder con el humo! Mierda, mierda. Esto va en serio. Ahí hay fuego. Nada. Espero. Que vengan los bomberos y me lleven a tierra firme y no me muera quemado. Morir... No, joder, yo no quiero morir. No quiero morir... –Javier hablaba cada vez más flojito y se repetía a sí mismo: -No quiero morir, no quiero morir quemado...
Javier se acurrucó en un rincón de la clase y gimoteaba a la vez que repetía su rezo.
Cuando el miedo pudo con él, se levantó, abrió una ventana y gritó mientras lloraba desconsoladamente: -¡NO QUIERO MORIR!
-¡Profe! ¡Que Javier no se quiere morir! –se oyó desde abajo.
-¡El muy idiota cree que es un incendio de verdad!
Y todos los niños de la clase de Javier se pusieron a reír. Javier sonrió también, con ellos, pero enseguida se dio cuenta de que se reían de él.
-¡Imbécil! ¡Lo decía para darle más “vericidad” al incendio!
Se retiró de la ventana, cogió su cómic, se sentó en su silla y empezó a leer con los pies encima de la mesa.
-No sé quién me puso en esta clase de niñatos... –dijo mientras se secaba las lágrimas.
-Tu melena de leona –como si las leonas tuvieran melena- hace que me ponga cachondo- dijo Jasón con voz varonil.
-Tómame –dijo Tiffany.
Jason ya se explayaba sobre el cuerpo de Tiffany cuando de pronto sintió una presión en el cogote. Intentó desengancharse de aquella loba, pero no pudo. Su melena se había convertido en una serie de cables que le tenían agarrado. La tetuda empezó a darle golpes en el estómago, pero con lo tonificado que lo tenía la tetuda sólo consiguió romperse los brazos. Con las manos, Jason cortó los cables que lo tenían sujeto y de un solo golpe consiguió tumbar a la tetuda “encuerada”.
-Ahora pagarás tus delitos-. Jason se dio cuenta de que aquella era la mujer que había estado sembrando el pánico en Rainbow city, la ciudad de la cual Jason era guardián. Jasón ya se disponía –casi babeante- a bajarse la bragueta del pantalón de su súper traje...
-Bueno, chicos, algún día tenía que ser y ha sido hoy. Todo el mundo para fuera. Haced una fila antes de salir al pasillo. Cuando salgáis, no corráis. Id caminando tranquilamente hasta el patio. Venga, ya sabéis cómo se hace, ¿no? Para fuera.
-Profe, ¿por qué siempre les da por montar simulacros antes de exámenes?
-Cállate, capullo, ¿no ves que así perdemos clase?
-No lo sé, Esteban –contestó la profesora-. Si no habrá días para montar el numerito... -se susurró a sí misma.
Cuando ya todos habían salido y la profesora se disponía a salir, aún había un alumno en el aula, sentado en su pupitre, leyendo un cómic.
-Javier, no creo que seas tan buen lector como para estar tan absorto que no oigas ni el timbre ni el jaleo que se monta.
-Profe, no por nada, pero todos los simulacros son el mismo coñazo: para la clase, salir en fila, llegar al patio y todos quitecitos que la señorita nos cuenta. ¿Usted sabe lo interesante que era ahora la lectura?
La profesora se acercó a Javier y le cogió el cómic. Leyó en voz alta:
-¿”Jason Pollas y la Tetuda peleona”? Muy didáctico, ¿no, Javier? Esto me lo quedo yo, tú te vas al patio y luego estarás atento a la clase.
-Paso, profe, prefiero quedarme aquí.
-¡Señorita López! ¡Un niño se ha caído! –era una voz de niña que venía del pasillo.
-Mira, Javier, me voy. Como no aparezcas en el patio en medio minuto te mandaré al despacho de tu tutor.
“Sálvele la vida a ese niño caído, profe, que seguro necesita una tirita”, pensó Javier con una sonrisa burlona.
Con el ajetreo, la profesora López se dejó el cómic encima de su mesa. Javier lo vio y fue a buscarlo. Cerró la puerta del aula y se sentó en su silla con los pies encima de la mesa. Se disponía a abrir el cómic. “Se le va a quedar la boca grande a la tetuda”, pensó Javier.
Javier acabó de leer el cómic y aún no había oído el alboroto de los niños subiendo por las escaleras hacia sus clases. Dejó el cómic en la mesa y se acercó a la ventana. En el patio de la escuela no había nadie. Javier se fue a la otra ventana para mirar desde un ángulo distinto: nadie.
-Estarán empezando a subir. A ver el pasillo...
Cuando Javier se giró, vio que un poco de humo entraba por debajo de las puertas del aula, y por las ventanitas cuadradas de las mismas puertas no se veía nada. Javier se extrañó. Caminando más rápido, se dirigió a la puerta y la abrió. Una humareda entró en el aula y tuvo que toser repetidas veces. Javier se extrañó más. En los simulacros nunca usaban botes de humo, nunca.
-He de salir de aquí. Salir. ¿O mejor me quedo? Si ven que no estoy alguien se dará cuenta y vendrán a buscarme. ¿O salgo yo?.......Mierda, no se ve nada. Vaya con el humo. Bueno, pues salgo.
Javier salió tapándose como pudo la cara y la boca, pero no podía ver nada y a medio pasillo retrocedió. Entró en la clase y cerró la puerta.
-¡Joder con el humo! Mierda, mierda. Esto va en serio. Ahí hay fuego. Nada. Espero. Que vengan los bomberos y me lleven a tierra firme y no me muera quemado. Morir... No, joder, yo no quiero morir. No quiero morir... –Javier hablaba cada vez más flojito y se repetía a sí mismo: -No quiero morir, no quiero morir quemado...
Javier se acurrucó en un rincón de la clase y gimoteaba a la vez que repetía su rezo.
Cuando el miedo pudo con él, se levantó, abrió una ventana y gritó mientras lloraba desconsoladamente: -¡NO QUIERO MORIR!
-¡Profe! ¡Que Javier no se quiere morir! –se oyó desde abajo.
-¡El muy idiota cree que es un incendio de verdad!
Y todos los niños de la clase de Javier se pusieron a reír. Javier sonrió también, con ellos, pero enseguida se dio cuenta de que se reían de él.
-¡Imbécil! ¡Lo decía para darle más “vericidad” al incendio!
Se retiró de la ventana, cogió su cómic, se sentó en su silla y empezó a leer con los pies encima de la mesa.
-No sé quién me puso en esta clase de niñatos... –dijo mientras se secaba las lágrimas.
2001
Siempre le he tenido cariño a este cuento.
2 Comments:
Quiero saber más sobre "Jason Pollas y la Tetuda peleona"... como continua????
By Anónimo, at 16/4/06 22:24
Jaajajajajaj!! y el humooo pk?? de verdad se gastan la pasta comprando botes de humo??? jejej
AILOVEYOUUUUUUUU
By Anónimo, at 25/4/06 21:58
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