Cualquier otra cosa
Algún día cerrarás la puerta sin haber dicho a dónde ibas y yo ni siquiera oiré el portazo. Y cuando volvieras ni siquiera me preocuparía en preguntarte dónde habrías estado.
Algún día prepararás una buena comida y al acabar el plato yo me levantaré de la mesa y saldré por la puerta porque habría quedado con algún amigo para ir a algún sitio que no conocerías y que tampoco te importaría. Y tú te quedarías sola mirando la puerta, sentada, con platos y vasos usados y dejados.
Algún día te preguntaré, después de haber abierto todos y cada uno de los armarios de casa, dónde narices guardas cualquier objeto pequeño y seguramente inútil, y tú me preguntarás cómo puedo no saber dónde está, si todos estos años ha estado en el mismo lugar.
Un día tú cogerás alguna herramienta e intentarás hacer un agujero en la pared o montar un mueble, o cualquier otra cosa, y ante tu torpeza te miraré y te preguntaré qué narices intentas hacer. Tú me dirás, con desdén, que estás haciendo un agujero en la pared, o montando un mueble, o cualquier otra cosa. Yo te diré que eso debería hacerlo quien supiera. Y tú me contestarías que si tuviera un poco de cerebro ya tendría que haberlo hecho yo. Yo te miraría a los ojos; un buen rato. Y al final saldría por la puerta sin decirte a dónde iría, y tú ni siquiera te lo preguntarías.
Tú intentarás ocupar tu tiempo con actividades que a mí me parecerán absurdas y tú te hartarás de convencerte de que siempre habías querido hacerlas, incluso antes de conocerme. Y yo no participaré de esas cosas, porque te estarás dedicando a hacerte pasar el rato con tareas carentes por completo de interés para cualquier otro ser humano que no seas tú, y esas otras mujeres absurdas que lo hacen contigo.
Yo me quedaría en casa, disfrutando de la tranquilidad y calma que supuestamente nunca antes había tenido. Y no haciendo nada más. O quedando con alguno de mis amigos para hacer algo que, según tú, sería una pérdida de tiempo.
Finalmente, algún día me pedirás ayuda para cargar la compra y, después de que yo la deje toda en el suelo de la cocina, se te olvidará darme las gracias. Tú me dirás que no tienes ninguna necesidad de darme las gracias porque esa compra es tan para ti como para mí. Pero yo te diré que me has pedido ayuda y yo he accedido con simpatía. Tú me dirás que la compra no se sube con simpatía, sino que se sube y punto, igual que tú has hecho toda la vida. Y que nunca por eso yo te había dado las gracias. Entonces yo me daría cuenta de que la ventana del patio de luces estaría abierta y una vecina imbécil estaría como siempre escuchándote gritar, así que me callaría y saldría por la puerta.
Al volver, el suelo de la cocina estaría libre y vacío, a oscuras.
Iría al estudio y me pasaría un par de horas ordenando mi colección de maquetas, esperando a que tú volvieras de tu curso de repostería clásica, o de cualquier otro sitio.
Algún día prepararás una buena comida y al acabar el plato yo me levantaré de la mesa y saldré por la puerta porque habría quedado con algún amigo para ir a algún sitio que no conocerías y que tampoco te importaría. Y tú te quedarías sola mirando la puerta, sentada, con platos y vasos usados y dejados.
Algún día te preguntaré, después de haber abierto todos y cada uno de los armarios de casa, dónde narices guardas cualquier objeto pequeño y seguramente inútil, y tú me preguntarás cómo puedo no saber dónde está, si todos estos años ha estado en el mismo lugar.
Un día tú cogerás alguna herramienta e intentarás hacer un agujero en la pared o montar un mueble, o cualquier otra cosa, y ante tu torpeza te miraré y te preguntaré qué narices intentas hacer. Tú me dirás, con desdén, que estás haciendo un agujero en la pared, o montando un mueble, o cualquier otra cosa. Yo te diré que eso debería hacerlo quien supiera. Y tú me contestarías que si tuviera un poco de cerebro ya tendría que haberlo hecho yo. Yo te miraría a los ojos; un buen rato. Y al final saldría por la puerta sin decirte a dónde iría, y tú ni siquiera te lo preguntarías.
Tú intentarás ocupar tu tiempo con actividades que a mí me parecerán absurdas y tú te hartarás de convencerte de que siempre habías querido hacerlas, incluso antes de conocerme. Y yo no participaré de esas cosas, porque te estarás dedicando a hacerte pasar el rato con tareas carentes por completo de interés para cualquier otro ser humano que no seas tú, y esas otras mujeres absurdas que lo hacen contigo.
Yo me quedaría en casa, disfrutando de la tranquilidad y calma que supuestamente nunca antes había tenido. Y no haciendo nada más. O quedando con alguno de mis amigos para hacer algo que, según tú, sería una pérdida de tiempo.
Finalmente, algún día me pedirás ayuda para cargar la compra y, después de que yo la deje toda en el suelo de la cocina, se te olvidará darme las gracias. Tú me dirás que no tienes ninguna necesidad de darme las gracias porque esa compra es tan para ti como para mí. Pero yo te diré que me has pedido ayuda y yo he accedido con simpatía. Tú me dirás que la compra no se sube con simpatía, sino que se sube y punto, igual que tú has hecho toda la vida. Y que nunca por eso yo te había dado las gracias. Entonces yo me daría cuenta de que la ventana del patio de luces estaría abierta y una vecina imbécil estaría como siempre escuchándote gritar, así que me callaría y saldría por la puerta.
Al volver, el suelo de la cocina estaría libre y vacío, a oscuras.
Iría al estudio y me pasaría un par de horas ordenando mi colección de maquetas, esperando a que tú volvieras de tu curso de repostería clásica, o de cualquier otro sitio.