Hablándoles de ella
Una vez me inventé un juego junto con otra persona. El tiempo nos parecía una cosa demasiado rígida y nos aterraba el momento en que el otro pudiera desaparecer. Sobretodo por la angustia de quedarnos solos, de no poder pensar en el otro porque ya no está. Además me aterraba pensar que, si yo moría, no podría pensar en ella, no habría un yo que pensara en ella. Así que nos inventamos el más allá porque nos dolía que al morir nuestro amado no volvería a saber de nosotros. Así, en vida, sabíamos que, de muertos, seguiríamos velando por nuestro amado, acompañándole. Si dotábamos a las cosas muertas de una conciencia, nuestro amado podría seguir pensando que seguíamos pensando en él, y seguir amándonos por siempre, aunque todo fuera una mentira; porque en realidad, de muertos ya no hay nada. De esta manera, el juego sólo cobraba sentido si lográbamos compensar esa nada forzada con un todo creado por nosotros. Jugábamos a crear nuevas vidas en cualquier rincón, en cualquier sonrisa, y ganaba quien conseguía crear tanto que no cupiera en una vida. Así creábamos tantos recuerdos que haría falta morir dos veces para olvidarlos. Y la única manera de morir dos veces es que muriéramos los dos. Pero ya estoy aquí yo solo... hablándoles de ella.
Abril 2005