...Cuentos de ciudad...

miércoles, febrero 22, 2006

Nubes

"Sólo hace falta que te des cuenta de lo que podrías llegar a vivir conmigo. No tengo el derecho de sentirme con el derecho de que tú me gustes más, pero es que mi motivo no eres tú, no es tu manera de ser; mi motivo es cómo me siento yo y cómo me imagino las cosas que podría hacer contigo, todas las veces que podría sorprenderte y todas las veces que nos podríamos reír juntos. Nos veo tan parecidos que me cuesta creer que tú no te hayas dado cuenta, y sólo se me ocurre atribuir tu indiferencia al hecho de que en estos momentos busques otra cosa, o no busques. O que no te hayas dado cuenta. O quizá ya te has dado cuenta de que es mentira, y sea que no nos parecemos tanto y yo soy sólo otro de los bobos que sueñan en ti a alguien que buscan."

Uno no sabe por qué otra persona hace una cosa u otra.

A medida que vamos conociendo a alguien, intentamos recopilar todas las experiencias puntuales, los puntos de su persona que conocemos, e intentamos unirlos todos con una línea. Eso es conocer a alguien: dibujar la línea de su personalidad a partir de los puntos que nos deja conocer. Sólo que quizá los puntos que desde fuera unimos con una línea recta, en esa persona dibujan una espiral de miles de idas y venidas.

Hay personas a las que conocemos muy poco. Y podríamos dibujar eso que conocemos de esa persona:













A medida que pasa el tiempo, y por coincidir en un mismo espacio y tiempo, aprendemos cosas nuevas de una persona. Y cada una de esas cosas es un nuevo punto:












Pero eso no es conocer a una persona. Conocer a una persona no es recopilar en una lista vertical tantos ítems como rasgos definen a esa persona. De hecho, de los rasgos que puedan definir a una persona a los rasgos que nosotros descubramos de esa persona, puede ir un abismo. Conocer a una persona, decimos, pues, definitivamente, es establecer relaciones entre cada uno de los rasgos que vamos conociendo de esa persona.
La imagen anterior no es una persona. Esto podría ser una persona:












Pero conocer a alguien no es tan sencillo. Porque las relaciones que establecemos entre cada uno de los rasgos, las líneas que trazamos para unir dos puntos, no nos las dibuja esa persona en la cabeza, sino que tenemos que dibujarlas nosotros. Interpretar, al fin y al cabo, lo que vemos de esa otra persona.
Cuando, con el paso del tiempo, vamos trazando líneas, puede suceder que varias veces debamos borrar una línea y dibujarla de otra forma. Darnos cuenta, así, de que esa persona no era eso, sino esto:












El problema es que al trazar líneas intentamos formar dibujos ya conocidos por nosotros, porque así tenemos un patrón al que aferrarnos, un "ah, a una persona de este tipo ya sé cómo tratarla". De modo que aunque una persona sea esto:












Nosotros podríamos pensar que es esto:












O hasta convencernos de que es esto:












Y muchos problemas se derivan a raíz de estos dibujos que proyectamos en nuestra cabeza sobre lo que es cada persona. El criterio que utilizamos para trazar las líneas es propia de cada persona, de la persona que se las traza en la misma cabeza, así que cabe la posibilidad de que cuando empezamos a tratar a esa persona tal y como el patrón de su dibujo requiere, todo empiece a fallar y nadie entienda por qué. Con un poco de suerte se descubrirá que lo que debía ser esto:












En realidad era esto:












Quizá el error no esté en equivocarse de línea, sino en creer que a una persona con un dibujo determinado hay que clasificarla de una forma concreta. Quizá salga más a cuenta admirar el dibujo y actuar por cómo le siente a uno mismo ese dibujo, y no esperar nada, y que cada uno sea como quiera.

Tú podrías ser esto...

miércoles, febrero 15, 2006

El mejor truco realizado por el Diablo fue convencer al mundo de que no existía

Miriam llevaba años pensando en someterse a una operación de cirugía estética. Quería aplanarse el vientre.
Dani había soñado toda la vida en ser cirujano. Y con los tiempos que corrían Dani iba viendo que lo más rentable era estirarle las patas de gallo a las señoras, abombarles el culete y aplanarles la cintura.
Miriam finalmente se decidió. Escogió la clínica y tras un estudio exahustivo y una concertación de cita, tuvo quirófano.
Dani tuvo paciente. Ya había salido de la facultad y de los aprendizajes propios de un futuro cirujano y le tocaba operar. Por primera vez.

Miriam estaba estirada en la camilla, después de haber contado 1...2...3... ...
Dani estaba delante de Miriam, bajo los focos, apunto de aplanarle la cintura. No le temblaba la mano porque no le podía temblar. Pero si se lo hubiesen permitido, la mano habría intentado histéricamente desprenderse del brazo que la sujetaba.
Dani cogió el bisturí, lo sostuvo en el aire y la punta del bisturí brilló bajo los focos blancos.
Dani acercó el bisturí al cuerpo de Miriam. Cada vez más cerca. Dani sudaba. Cada vez más cerca...

Y al primer contacto del bisturí con la piel de Miriam...

¡pop!

Miriam desapareció como una pompa de jabón.

miércoles, febrero 08, 2006

No sé

"This will not be a funny book. I cannot tell jokes because I do not understand them. Here is a joke, as an example. It is one of Father's.

His face was drawn but the curtains were real.

I know why this is meant to be funny. I asked. It is because drawn has three meanings, and they are 1) drawn with a pencil, 2) exhausted, and 3) pulled across a window, and meaning 1 refers to both the face and the curtains, meaning 2 refers only to the face, and meaning 3 refers only to the curtains.
If I try to say the joke to myself, making the word mean the three different things at the same time, it is like hearing three different pieces of music at the same time which is uncomfortable and confusing and not nice like white noise. It is like three people trying to talk to you at the same time about different things.
And that is why there are no jokes in this book."


The curious incident of the dog in the night-time, Mark Haddon.


Hay formas verbales que uno no se plantea. Los verbos salen simplemente y simplemente se entienden. Sólo de vez en cuando alguien pregunta ¿cómo es el pasado de morir? Bueno, uno va al Xuriguera y comprueba que el pasado de morir es morí. Suena extraño... ¡Claro que sueña extraño! ¿Quién ha dicho yo morí? Pocas personas. Afortunadas, supongo.
Un día iba por el barrio de Gràcia a no sé dónde y vi una lavandería. También vi algún que otro bar, una tienda de libros que se llama El passatge del llibre porque tiene una entrada en una calle y otra entrada en una plaza, y alguna tienda de ropa.
Ese día me fui a dormir pronto. Supongo que al día siguiente tenía que madrugar, no lo recuerdo muy bien. Una vez metida en cama, me puse la crema de manos porque del frío se me empezabana cortar los nudillos. La refregué bien, me metí en la cama y me acurruqué. Normalmente antes de dormir repienso más o menos lo que ha pasado ese día. Lo hago de una manera inconsciente. No soy como esas personas que por practicar agilidad mental repasan todo lo que han hecho en el día o todo lo que van a tener que hacer. Yo lo hago a posteriori, porque me viene a la cabeza. Creo que cuanto más me voy durmiendo más voy mezclando ese repaso diario con cosas que no han pasado pero que podrían haber pasado, o cosas que yo quisiera que pasaran. Suelo inventarme, sobretodo, diálogos. Esa noche, cuando ya estaba en la fase de invención de diálogos, una luz se apagó fuera, en la calle. No lo noté porque antes me hubiera dado cuenta de que en la calle había una luz encendida, sino porque, de pronto, noté menos luz. Me giré, aparté la cortina, y vi que la farola de delante de casa se había apagado. Miré la hora. Eran las once y media pasadas.

Al cabo de un tiempo fui con una amiga a los cines Verdi a ver Mi vida sin mí. No sé por qué la fui a ver. Supongo que antes de verla no sabía que me iba a gustar tanto. Después de haber pasado el tiempo, hay dos recuerdos sobre la peli que tengo más vivos que los demás. Uno es una canción que escuchan la protagonista y uno de los protagonistas en el coche de él. Él le explica que la que canta es una anciana de ochentaypico años. Y uno se sorprende (la prota también se sorprende) porque la voz que se escucha es la que uno se imagina que tendría una buena chica de dieciséis años (me gusta escribir dieciséis en letras. Por el acento. Como eso de que esdrújula sea esdrújula) . El otro recuerdo vivo que tengo es la escena en que uno de los protas (precisamente el del coche) se enamora de ella mientras ella duerme. Y eso pasa en una lavandería. Aquella noche me fui a dormir tarde.

Para ir a los sitios a veces cojo el autobús o a veces cojo el metro. Eso de que el metro es el transporte más rápido es mentira. Sería verdad si la rapidez se midiese según el tiempo, pero el tiempo pasa en función de la cantidad de cosas que haga uno (y en el metro no se hace nada). Así que el metro no es el transporte más rápido. Lo es el autobús. Por eso me gusta más el autobús. (aunque cuando de verdad tengo que llegar pronto a los sitios coja el metro). El autobús que suelo coger pasa por al lado de un parque. Y cuando más me gusta cogerlo es por las mañanas, porque al pasar por el parque veo a los señores jubilados hablando como hablan los jubilados. De hecho no es eso lo que me gusta ver. Lo que me gusta es la hilera de jaulas individuales y pequeñas de canarios que hay delante de ellos. Así que los señores jubilados salen por la mañana de sus casas con sus canarios al parque para que estos aprendan de los otros canarios y canten cada vez mejor. Mientras los canarios aprenden, ellos conversan como jubilados y el sol de la mañana en invierno, que es el de más agradecer, les entibia la cara.
Ese día, al volver a casa, me dio por buscar la banda sonora de Mi vida sin mí, y encontré las dos canciones que buscaba. Una era la que la prota le canta al marido cuando él le pide que le cante (God only knows, de los Beach Boys) y la otra es la de la señora octogenaria. Se titula Try your wings. Me bajé las dos canciones, y me las aprendí.
A la noche, echada en la cama y bien tapada con el edredón, después de haberme puesto la crema de manos y en plena fase de invención de diálogos, noté cómo el resplandor que venía de la calle disminuía. ¿Qué ha pasado?, pensé. Estaba a punto de apartar la cortina cuando me acordé. Eran las once y media pasadas.

En los días posteriores me pasó lo que me suele pasar siempre que me da por aprenderme una canción, y es que me da por cantarla todo el rato, aunque no entera. Sólo repito algunas frases sin quererlo. Me vienen. Y eso es todo. La frase que me venía de Try your wings todo el tiempo decía even the tiniest blue bird... has to leave its nest to fly... Me imaginaba a un pájaro azul y pequeñito. Pequeñito, no diminuto. La palabra es tiniest; ni más, ni menos. Y me gustaba cómo suena its. Normalmente no aparecen determinantes posesivos en las canciones, cuando se trata de un animal.
Así que supongo que en plena asociación lingüística me dio por preguntarme cómo es el presente de indicativo del verbo saber. Obvio: yo sé. No, no, pero yo no me refiero al saber de tener conocimiento. Si un día te metes en el mar y al salir te pinchas un dedo con la aguja con la que está cosiendo tu madre (¿coser en la playa? Alguien habrá que cosa en la playa, digo yo), y te chupas el dedo, notarás que tienes sabor a sal. Ésa es mi pregunta. ¿Cómo se dice eso? Ahí estaba el bueno de Xuriguera esperando siempre paciente. La respuesta, concluí, era obvia, igual que antes. El presente del verbo indicativo del verbo saber es . Sé a sal.

Un día tuve que renovarme el DNI, o hacerme el pasaporte, o alguna cosa que tuviera que hacer en una comisaría. Fui a la de Gràcia. Y al atravesar el barrio, vi la lavandería que había visto el primer día. Una lavandería. Sonreí.

El día que mis padres se marcharon de vacaciones yo llegué a casa cuando ellos ya se habían ido. Entré en mi habitación y al ir a cerrar la ventana de mi cuarto me encontré, en la repisa, una jaula individual y pequeña, con un canario dentro. Enseguida llamé a mi madre y le pregunté por el nuevo huésped de la casa, y me contó que lo había encontrado en la calle. Como a mí me tocaba quedarme solita mientras ellos estaban de vacaciones, apareció el canario cual enviado del Señor para no dejarme sola. El resto del día estuve mirando al pájaro, haciéndome a él, pensando su nombre. Le puse Eulalia, porque a mi padre le habían dicho que era hembra. Pero cuando empezó a cantar como un descosido le llamé Alberto.
A la noche, después de haberme metido en la cama, noté cómo una luz se apagaba en la calle. Acurrucada, sonreí... Las once y media.

Al día siguiente fui al centro porque quería comprarle una jaula más grande al pájaro. Dicen que si están en una jaula pequeña cantan más. Pero a mí eso de cantar más porque estás en una jaula más pequeña me parece más un grito de socorro que otra cosa. Que cante Alberto lo que quiera.
Para ir al centro cogí el autobús (claro, no tenía prisa), y pasamos por delante del parque en el que los jubilados ponen a aprender a cantar a sus canarios. Sonreí.
En el autobús iba leyendo un libro: El curioso incidente del perro a media noche. Al principio del libro, el narrador dice: "La palabra metáfora significa llevar algo de un sitio a otro, y viene de las palabras griegas... ...y es cuando describes algo usando una palabra para algo que no es eso. Esto significa que la palabra metáfora es una metáfora." ¡Y además es esdrújula!

...even the tiniest blue bird...

A la tienda de animales me acompañó una amiga, y una vez en la tienda pedí jaula y pedí nido. La jaula era grande, blanca y verde. El nido era... azul. Sonreí.
Al salir de la tienda de animales mi amiga y yo fuimos a dar una vuelta. Pasamos por una tienda de chucherías y como hacía mucho que no comíamos chucherías nos dio por entrar. Compramos un chupachups cada una, les quitamos el envoltorio y empezamos a comerlos. A la marrana de mi amiga le dio por empezar a hacer broma. De todos es sabido lo pegajoso que lo deja todo el chupachups excepto el interior de la boca de uno, así que me amenazaba sin descanso con el temido chupachups. Finalmente su chupachups acabó en mi mejilla y, para rematar la broma, porque en el fondo realmente no quería mancharme, me lamió la mejilla mientras nos rompíamos de risa.

-Sabes a naranja-, me dijo.

-Lo sé.

miércoles, febrero 01, 2006

Por ti

Recuerdo que una vez te hablé de una cajita. Y no soy capaz de recordar nada más. Lo intento, araño, pero sólo proyecto en la cabeza la imagen de una cajita a medio abrir, y una luz saliendo de ella. Creo que era algo así como que si pudiera guardaría una estrella para ti.


Al agacharse, Camille pudo ver el día y la hora que marcaba en el papel. No sabía por qué se había agachado, podría haber sido cualquier cosa, pero le llamó la atención ver, tirado en el suelo, un ticket de la misma forma y colores que suelen tener las entradas de teatro. Y por eso se agachó. Las letras más grandes eran las que decían el nombre de la obra de teatro en cuestión -un musical bien conocido en la ciudad representado por una renombrada compañía; lamentablemente, parecía que el mayor reclamo del reparto era una muchacha que había salido de un programa de televisión-, las letras más pequeñas rezaban el día y la hora en que debería haberse visto la obra. El día y la hora en que debería haberse visto la obra... Si no fuera porque, teniendo en cuenta el día y la hora que estaban escritos en el papel, esa obra iba a empezar en veinte minutos. Camille se aseguró de que efectivamente el día que marcaba el ticket era ése mismo, así que se planteó ir al teatro. Miró el reloj. Mierda. Ya no llegaba. Qué lástima, tuvo la suerte de encontrarse la entrada de una obra de teatro y no podía llegar a tiempo. Así que le dio otra vuelta a la bufanda alrededor de su cuello y salió a la calle, con la entrada en la mano.
En las escaleras mecánicas dejó de lamentarse por no llegar al teatro y emepezó a preguntarse cómo había llegado la entrada hasta allí. Se volvió a asegurar de que la entrada no estaba rasgada. No, no estaba rasgada y era para ése mismo día.
Pensó que a alguien se le habría caído, pero ¿dónde debe de estar una entrada para que se le caiga a alguien en el metro? ¿En un bolsillo? No, esa entrada estaba perfecta, ni doblada ni con la más mínima arruga. Ni siquiera tenía las esquinas levantadas. Hay personas a las que siempre ha asombrado esa capacidad para no levantar las esquinas de los papeles. Quizá estaba sirviendo de punto de libro y, al sacar la cartera para sacar el billete de metro, aparto para aquí, aparto para allá, podría haberse escurrido la entrada. Uff, demasiado complicado. Bueno, cosas más raras se han visto.
Bueno. Y... ¿y si la habían tirado? Podría ser que el propietario de la entrada al final no pudiera ir y la hubiese tirado al suelo. Pero una persona que tira una entrada de teatro al suelo lo debe de hacer con rabia, pues si al final no puede ir al teatro y no le da rabia, intenta sacarle el mayor partido a esa entrada. Así que la entrada fue tirada al suelo con rabia.
Echada a perder.
¿Por qué? Quizá al propietario le acababan de dar una mala noticia, y tuvo que deshacer sus planes. Al entrar en el metro, se dio cuenta de que llevaba encima la entrada, y cuando se dio cuenta de que no podría ir, la tiró al suelo con rabia. O quizás estaba triste, y en un abandono a su propia miseria arrojó su felicidad al suelo, para que los demás la pisaran.
¿Qué habría sido?
De todos los días en que uno puede encontrarse en el suelo una entrada de teatro, de todas las horas en que uno puede encontrarse una entrada de teatro, Camille tuvo que encontrarse esa entrada de teatro, útil, el día de la obra y veinte minutos antes. Y detrás de esa entrada había una historia.
Al dejar las escaleras mecánicas, el viento le dio en la cara y, guardándose la entrada en el bolsillo, volvió a asombrarse del mundo en que vivía.

P.D. ¿Y de todo esto qué pensarán Gertrudis y Camino? (uy, Camino. No lo habría dicho nunca. Sí, querida.) No lo sabían. Estaría bien preguntárselo a Miguel y Alfonso cuando fueran a la sierra con los mantecados, pensaron.
Y no pensar que todo es tan terrible, porque no lo veo, no lo veo, no lo veo, es una mierda.



Enormemente terrible, querida. Como un efebo de Caravaggio, por los siglos de los siglos.
IPWT.